Tiene el armazón de tubo metálico niquelado, asiento y respaldo de cuerda elástica. Inspirado por las máquinas de gimnasio producidas por el campeón de culturismo Eugen Sandows, Herbst utiliza inusuales elementos elásticos que quedan a la vista como superficie de asiento y atribuye así una dignidad estética a un simple semiacabado funcional. Casi un adelanto de la técnica artística del Reddy-made que teoriza Marcel Duchamp.
A menudo, para descubrir las contradicciones del art decó la crítica recurre al típico conflicto francés entre la tradición de una supuesta superioridad del estilo y del gusto nacionales y las toscas novedades procedentes del resto de Europa. Unos elementos sin duda a tener en cuenta, pero no los únicos. Raras veces se hace hincapié en el retraso tecnológico acumulado por Francia a lo largo del tiempo.
A principios del siglo XX, la modernidad en Francia tiene el rostro de la ciencia y de la investigación, que canalizan recursos y expectativas. No ocurre lo mismo con las fábricas y la técnica aplicada. La innovación casi nunca se sostiene en una pujante clase industrial, no forma parte de programas políticos ni se considera bajo la lente deformante de un positivismo que mire al progreso como la solución a todos los problemas económicos y sociales.
La modernidad no se consolida mediante un sistema radicalmente alternativo, sino más bien con integraciones funcionales o sustituciones parciales de elementos preexistentes. Un recorrido interno, casi una reflexión sobre el valor semántico de la técnica, el verdadero lenguaje de la modernidad.
De allí nace una estética híbrida, sorprendentemente avanzada al igual que conservadora, que tiende casi siempre a abordar la tecnología con la ingenua mecánica del collage.
Entre las escasa iniciativas en apoyo de la investigación de los nuevos materiales, hay que esperar a 1934 para que el OTUA (Office Technique pour l´Utilisation de l´Acier) organice un concurso para premiar el uso del acero en el mobiliario naval; participan muchos de los mejores diseñadores franceses, como René Herbst y Robert Mallet-Stevens. A menudo eran ellos mismos quienes hacían de empresarios para producir sus diseños. De hecho se trata casi siempre de proyectos tan poco complejos en los que la técnica era una intuición más que una concreta aportación industrial. Maquinismo estético, siempre en equilibrio entre innovación y adorno futurible.